Por Débora Chajet
¡¿Cómo pudo decirme ESO?!
¿Cuántas veces hemos escuchado esa
frase?
¿Cuántas veces fue la queja de alguien
cercano?
¿Cuántas otras veces nos hemos
lamentado amargamente nosotros mismos por algo similar?
Es que la convivencia, ya sea laboral o familiar, siempre trae roces y
diferencias de opinión. Pero no es nada fácil recibir sin inmutarse comentarios
que, aún sin intención del otro, nos resultan hirientes, cínicos, agresivos,
irónicos o críticos.
Y mucho más difícil es responder a
ellos elegantemente.
Veámoslo en un ejemplo.
Cristina le presenta a Graciela, su
jefa, un informe que ella le había pedido.
Graciela no ha tenido un muy buen dìa,
mira el informe por arriba y comenta, cortante: “¿ESTO es lo que me entregás?”.
Por lo general ante este tipo de frases críticas solemos tomar dos rutas.
Una es la Ruta
de la Tristeza.
En este caso, se da por sentado que el
otro tiene razón, que su comentario es justificado y que nosotros “obviamente”
hemos actuado incorrectamente.
Cuando Cristina toma esta ruta, comienza a tener pensamientos parecidos a
éstos: “ Oh! ¿Cómo pudo decirme ESO?… ¿Qué hice mal esta vez?.... No sé
trabajar como corresponde… No puedo hacer nada bien… Soy un desastre, me van a
echar… No sirvo para esto… No sirvo para nada….”
Cuando se le disparan estos pensamientos, comienza a sentir un terrible
sentimiento de angustia y vergüenza y siente su autoestima por el subsuelo.
Casi siempre cuando le pasa esto, se le hace un nudo en la garganta, se queda
en silencio, sin poder responder nada, con ganas de ponerse a llorar ahí mismo
(de hecho, cuando puede, se va al baño y allí se deshace en lágrimas un buen
rato).
A veces toma algo de coraje y comienza a justificarse, dando temblorosas
explicaciones en las que se embarulla cada vez más.
Pero podría suceder que Cristina tomara la Ruta de la Furia.
Instantáneamente es como si se le
prendiera una mecha a un atado de dinamita pura que en cualquier momento
estalla.
Claro, como Graciela es su jefa, no
puede arrojarle lo primero que se le viene a la mano ni despacharse a gusto
insultándola de pies a cabeza.
Pero la procesión va por dentro: Cristina siente que le hierve la sangre, una
oleada de furia la invade.
Allí los pensamientos que se le
disparan ante la frase crítica son muy diferentes: “¡¿Cómo pudo decirme ESO?!
¿Con qué derecho me critica? ¿Quién se cree que es? ¿Por quién me está tomando?
¿Sólo porque es la jefa se cree que tiene derecho a obrar así?”.
Si quien tuviera adelante fuera otra persona, seguramente contraatacaría,
insultándola primero y retrucándole después: “¡Qué caradura, qué infeliz!... ¡Tus
informes también dejan mucho que desear!... ¡Si no fuera por mí, no estarías en
la empresa!”.
Lo más habitual es que tomemos cualquiera de las dos rutas, ya sea en forma
exclusiva o entrando por una y continuando por la otra.
Por ejemplo, comienzo sintiéndome
humillada y herida, pero cuando llego a casa y reviso la situación, me enojo,
comienzo a “darme manija” pensando que podría haberle dicho esto o lo otro y
qué mal que estuvo el otro, etc.
Y termino furiosa e indignada.
O podría suceder que en la oficina tome la Ruta de la Furia Contenida
y cuando llego a casa descargo todo ese enojo sobre el primer incauto que se me
cruza (marido, hijo… ¡cualquier persona de confianza nos viene bien!).
Termino provocando una situación
incómoda, eso puede derivar en una pelea con un ser querido y tomamos así la
ruta de la Tristeza,
sintiéndonos culpables por los destrozos emocionales ocasionados.
Aunque son las más habituales, ninguna de estas rutas nos lleva a comprender
qué es lo que en realidad el otro me estaba tratando de decir.
En nuestro ejemplo, Cristina jamás se
enteró qué significaba “ESTO” , y se guió por una presuposición.
En el caso de la Ruta
de la Tristeza,
dio por sentado que ESTO significaba que su jefa Graciela la consideraba
incapaz y poco profesional, por eso había presentado un informe mal hecho.
Aunque Graciela hubiera pensado eso en
realidad, lo que hizo que Cristina se pusiera triste fue la absoluta convicción
de que Graciela tenía razón.
En el caso de la Ruta
de la Furia, lo
que asumió, sin considerar otras posibilidades, es que su jefa Graciela es poco
competente e incapaz y que por eso no sabe reconocer un buen trabajo.
Aquí lo que se asumió, con total
certeza, es que la jefa estaba equivocada.
Pero lo cierto es que, en ninguna de las dos rutas, alcanzamos a conocer cuál
era el verdadero significado de “ESTO”.
Cada vez que juzgamos o evaluamos el accionar de otra persona, lo hacemos desde
nuestro propio punto de vista, desde lo que consideramos nuestra verdad.
Es cierto que esa verdad se apoya en
nuestras experiencias de vida, en aquello que sabemos que funciona y en aquello
que no, en lo que nos parece correcto e incorrecto.
Pero hay un pequeño detalle: no es la
ÚNICA verdad.
Y pocas veces nos percatamos de eso.
Cristina reaccionó automáticamente, sintió que sus propios criterios de
evaluación de su trabajo estaban siendo cuestionados seriamente.
Sin embargo, por no preguntar, jamás se
enteró de qué parte de su informe podría estar “mal”: ¿era el tipo de carpeta
en la que lo presentaba, era el contenido del informe, era la letra con la cual
lo imprimió, era el papel que usó?
Tampoco se enteró de cuáles eran los criterios de Graciela para cuestionar su
trabajo: ¿tal vez era demasiado largo, demasiado breve, había poca información,
no tenía lo que la jefa había pretendido?
¡Faltaban muchas preguntas por hacer!
Hay muchos datos que es necesario conocer para poder entender qué quiso
comunicar realmente Graciela.
Y para esto sólo hay un camino:
tomar la Ruta
de la Curiosidad.
Para tomar este camino sólo son
necesarios tres simples pasos:
1) Darme cuenta de qué ruta tomé.
Aquí la autoobservación es fundamental
para detectar las emociones asociadas a cada ruta: si siento vergüenza,
humillación, parálisis, angustia, seguramente tomé la Ruta de la Tristeza; si
siento fastidio, enojo, impotencia, tomé la Ruta de la Furia.
2) Detener conscientemente la reacción automática.
Este punto es crucial para “enfríar la
cabeza” y poder desviarme hacia la
Ruta de la Curiosidad.
La forma más sencilla, pero a veces
olvidada es respirando lento y profundo varias veces.
3) Pensar que todasdo
comentario del otro que implique un juicio de valor o una crítica me da
información sobre mi trabajo, pero más que nada, me comunica cosas DEL
OTRO: qué está valorando, qué le parece importante (según su propio punto
de vista).
En general esta información está implícita, no dicha, dada por sentada.
Tomar la Ruta de la Curiosidad implica
comenzar a preguntar o preguntarse cuál es esa información, sacarla a la luz
para evaluar si estoy de acuerdo o no, si obro según esa información, o si
puedo cuestionarla.
Tomar la Ruta de
la Curiosidad
implica abrir nuestro propio pensamiento, salir de nuestros propios límites
para adentrarnos en conocer con ánimo aventurero el modelo de mundo de nuestro
interlocutor.
Implica transformar el “¡Cómo pudo
decirme ESO!” en “¿Y CÓMO pudo decirme eso?”.
¡Qué estén muy bien!