La definición de lo
que la empresa espera con respecto a las siete áreas de resultados clave es el
primer paso a tener en cuenta para hacer de la Dirección estratégica la nueva
herramienta de la Alta Dirección, un instrumento implementable y útil para ser
aplicado en la acción real empresaria.
En
este artículo hemos de tratar de esbozar el esquema de las siete áreas de
resultado clave de la llamada Dirección Estratégica, que resulta de gran
utilidad para la comprensión de los motivos que la fundamentan y que la han
transformado en una herramienta implementable y útil en la práctica.
La
terminología original en inglés es “Strategic Management”, siendo “management”
una palabra que ha tenido varias traducciones.
Si
bien no es nuestro propósito embarcarnos en problemas semánticos, es
conveniente discutir este punto ya que constituye un problema conceptual
importante.
Management
ha sido traducido como gerencia, gestión, administración y dirección.
Nosotros
nos volcamos por el término dirección, ya que es éste el que más nos remite a
la función de definir objetivos y luego (y además) determinar las estrategias,
los planes y los programas de acción táctica para conseguirlos.
Administración,
por ejemplo, remite a cómo son empleados o asignados los recursos para
conseguir objetivos más que a cómo se deben definir esos objetivos.
Con
esta aclaración inicial podemos entender a la Dirección Estratégica como la
adecuación entre cultura, estrategia, sistemas y estructura.
Esta
adecuación es la que permite que la estrategia empresaria sea implementable.
Hemos
visto empresas formulando brillantes estrategias, pero que luego – en la
práctica real y tangible – no han podido ser implantadas.
En
una abrumadora mayoría, estos casos se debieron a que no se adecuaba la
estrategia a los valores (creencias compartidas) de la organización o a que la
estructura organizacional o sus sistemas no se subordinaban a los imperativos
estratégicos.
Es
decir, los objetivos que estratégicamente se habían definido no eran compatibles
con sus valores o “credo” o ideas directrices – su cultura – o la distribución
de autoridad e información no eran compatibles con sus objetivos.
Iniciando
un proyecto en San Pablo en 1985 en una muy importante compañía internacional
de alta tecnología, el presidente nos explicaba su estrategia empresarial para
Brasil.
Nos
decía que ésta se basaba en una profunda diversificación pero no generada en
las áreas de Investigación y desarrollo o de Investigación de mercado, sino a
través de las ideas provenientes de las áreas de línea más combativas, como
Producción y Marketing.
Algunos
días después, al lanzar una batería de entrevistas individuales con los 300
gerentes que componían su Middle Management, pudimos comprobar que nadie se
arriesgaba a sugerir ideas de nuevos productos.
Tenían
miedo de equivocarse.
Pensaban
que si la idea no era sobresaliente, serían descalificados o hasta inclusive
eliminados de la compañía.
Esta
estrategia nunca podría funcionar hasta tanto este problema cultural no fuera
profundamente atacado.
El
problema cultural era el valor internalizado pero no deseado de “no muevas el
bote”.
Aquí
en Buenos Aires innumerables veces hemos visto empresas con una peligrosamente
mínima flexibilidad estratégica debida a su diseño organizacional rígido o a
sus sistemas contracturados.
“No
puedo incorporar esta nueva táctica de distribución física porque tendría que
cambiar todos los programas de computación”.
“No
puedo generar un equipo de tareas para el lanzamiento de este nuevo producto
crítico porque deberíamos modificar toda la configuración del organigrama”.
La
Dirección Estratégica busca la más rápida, flexible y efectiva adaptación entre
cultura, estrategia, estructura y sistemas para asegurar el sólido y sostenido
incremento del Valor Económico de la empresa.
Éste
es un concepto central.
El
incremento del Valor Económico de la empresa es una medida totalista que excede
las visiones parciales “túnel” de las diferentes áreas funcionales.
(La
noción de las áreas funcionales es un simple recurso organizativo por medio del
cual una empresa ficticiamente se particiona con el sólo propósito de
aprovechar las ventajas de la especialización del trabajo).
Vayamos
entonces al núcleo del problema.
Entendemos
por Valor Económico de una empresa al nivel en que se encuentra en cuanto a
siete diferentes objetivos.
Éstos
son:
1.
Rentabilidad
2.
Estabilidad
3.
Competitividad
4.
Crecimiento
5.
Flexibilidad
6.
Aprendizaje
7.
Consenso
Estos
siete objetivos se interconectan entre sí y entre todos definen, en cada
momento y de acuerdo a sus niveles de resultado, un determinado Valor Económico
global.
Son
las llamadas siete áreas de resultados clave.
La
Dirección Estratégica es una tecnología moderna del management superior que
pretende aumentar el valor económico de una compañía a través del manejo
ordenado y planificado de cada una de estas siete áreas y de su efecto
combinado.
Lo
primero que se debe hacer en la práctica, en el proceso de análisis de una
empresa, es entrevistarse con su nivel directivo para comprender sus
expectativas en torno de estas siete variables.
En
muchos casos comprobamos que alguna de las siete no ha sido tenida en cuenta.
En
muchos otros casos – aunque todas hayan sido consideradas – lo que se espera de
un área no es compatible con las demás.
El
trabajo consiste en conseguir que la compañía defina los niveles pretendidos de
las siete áreas y que su interrelación sea viable, creíble y capaz de conseguir
compromiso en los niveles operacionales.
No
existe una fórmula matemática totalmente objetiva que ligue a las siete áreas
entre sí y que arroje un resultado final de cuál es el Valor Económico global.
El
proceso requiere un trabajo interactivo con el management de la empresa que le
facilite definir el nivel pretendido de cada una de las siete áreas, tanto para
el corto como para el mediano y largo plazo.
Esto
requiere un análisis del portafolio actual de productos, de los futuros nuevos
negocios y de las posibles desinversiones.
Es,
en definitiva, una indagación en profundidad de su estrategia en base a
parámetros concretos, prácticos y tangibles, en lugar de en función de meras
expresiones de deseo que no van más allá de un nivel teórico sin cable a
tierra.
Esto
es posible aunque en algunas de las áreas no se disponga de medidas numéricas.
Veamos
entonces las siete áreas de una a la vez, que es la única manera de verlas y
entenderlas.
1.
Rentabilidad
No
hay mucho que podamos decir sobre el concepto de rentabilidad.
Sin
embargo, no existe una medida más confusa.
Por
ejemplo, ¿qué entendemos por rentabilidad?
¿Retorno
sobre la inversión total?
¿Sobre
los activos?
¿Sobre
las ventas?
¿Retorno
a fin de mes?
¿A
fin de año?
¿Después
de conseguir una determinada cifra de volumen de producción y venta?
¿O
de participación de mercado?
¿Valor
Actual Neto?
¿Tasa
Interna de Retorno?
Podemos
seguir completando páginas con este tipo de interrogantes.
En
1984, actuando en un proyecto en una importante empresa textil que priorizaba
todas sus inversiones según la Tasa Interna de Retorno que prometieran, el
gerente de Investigación y Desarrollo solicitó tres telares para realizar
trabajos de ingeniería para la creación de nuevos productos.
¿Cuál
debería ser el criterio de Tasa Interna de Retorno que el departamento de
Planeamiento estratégico podría aplicar para evaluar la prioridad de esta inversión?
(No
se compraron los telares).
No
sólo se trata de un criterio confuso (que debe ser acordado) sino que muchas
veces no toma en cuenta elementos de la realidad que deben ser tenidos en
consideración.
¿Cuánta
rentabilidad de este ejercicio debemos sacrificar invirtiéndola – por ejemplo –
en mejorar la postura competitiva de la línea de productos XX que ha quedado
rezagada en tecnología?
Supongamos
que el producto RR tiene una utilidad neta o contribución marginal (o cualquier
medida parcial similar) negativa.
¿Lo
eliminamos?
¿Qué
pasa si RR funciona como irradiador de imagen del resto de la línea de la que
forma parte, si la línea considerada consolidadamente es muy rentable y el
mercado considera que RR es “nuestra empresa”?
¿Hasta
cuánto debemos perder con RR?
¿Hasta
cuándo?
¿Por
qué?
Todos
estos interrogantes pueden ser seriamente respondidos aumentando la profundidad
de nuestros cálculos, pero es evidente que la medida lisa y llana de la
rentabilidad no ha de ser suficiente para darnos la respuesta.
En
todos los casos hemos de comprobar que no nos queda más remedio que invadir
otras áreas de resultado.
Otra
u otras de las siete áreas.
La
rentabilidad, si bien prioritaria y fundamental, es sólo una de las siete.
Cuanto
mayor pretendamos que sea la rentabilidad, más nos encontraremos operando en el
ámbito de las otras seis.
2.
Estabilidad
La
estabilidad es la segunda.
Por
estabilidad entendemos baja fluctuación.
Baja
“dispersión con respecto al promedio”.
¿Queremos
un alto nivel de rentabilidad aunque la fluctuación sea violenta en ambos
sentidos, o preferimos un nivel de rentabilidad menor pero más estable?
La
estabilidad es una medida del riesgo.
¿Cuánto
riesgo estamos dispuestos a asumir para lograr qué nivel de rentabilidad?
Si
la nueva línea de productos no aumenta la rentabilidad total de la compañía,
pero sí la estabilidad, ¿la incorporamos?
3.
Competitividad
La
tercera área es la competitividad.
Medir
el nivel de competitividad de un producto es una de las actividades más
difíciles de la actual tecnología del management.
Hemos
visto cientos de empresas que pensaban que la competitividad de sus productos
estaba dada por el nivel de participación del mercado que sus productos
conseguían.
En
muchas de ellas la participación no dejaba de crecer mientras el mercado
desaparecía.
O
los segmentos que componían ese mercado se transformaban, mientras que sus
competidores atacaban nuevos y vigorosos segmentos con renovadas tecnologías y
remozados productos y servicios.
Si
bien este tema justifica toda una serie de artículos, por lo menos adelantemos
en éste que medir la competitividad de un producto es evaluar su
posicionamiento.
La
decisión de posicionamiento consiste en:
a.
Descubrir
los segmentos que constituyen el mercado total
b.
Analizar
todas las alternativas de las que disponemos para diferenciar nuestro producto
de los productos competitivos, y
c.
Elegir
a qué segmento hemos de dirigir nuestro producto, con cuál diferenciación y
para conseguir qué. Y cuándo. Un producto dirigido a todos los segmentos es un
producto no posicionado. Al querer ser todo para todos no es nada para nadie.
La medida de la competitividad de nuestra compañía es la medida combinada de la
salud actual y futura de cada uno de nuestros posicionamientos.
La
rentabilidad y la estabilidad de nuestra compañía es consecuencia – fundamental
y prioritariamente –de esa medida de salud.
Pero
hay posicionamientos viables y posicionamientos no viables para nuestra
compañía.
En
algunos podemos aspirar a competir y en otros no.
Para
algunos tenemos recursos suficientes, mientras que para otros no nos alcanzan.
Cada
negocio requiere una determinada masa crítica de recursos.
Si
no disponemos de ella, no podemos aspirar a entrar en juego.
Lo
que nos lleva a la cuarta área de resultados clave.
4.
Crecimiento
El
crecimiento es la acumulación de recursos.
Por
recursos entendemos factores de todo tipo: físicos, humanos y tecnológicos,
evidentemente, la acumulación de recursos es y debe ser un área clave de
resultados.
Sólo
el crecimiento – entendido como el proceso de acumulación de recursos – nos
permite disponer de la masa crítica necesaria para poder seguir siendo
competitivos en los posicionamientos actuales y disponer de los medios para
generar nuevos posicionamientos en nuevos mercados, para poder seguir
existiendo cuando los mercados en los que hoy operamos desaparezcan o no sean
más rentables.
Cuanto
mayor será el nivel de rivalidad competitiva de un determinado mercado, mayor
será la masa crítica de ese mercado y, consecuentemente, mayor el presupuesto
requerido para poder competir rentablemente y con un riesgo razonable.
Hemos
visto decenas de empresas capotar en el intento de ingresar en un nuevo mercado
simplemente por no haber considerado que la masa crítica era mayor que el
presupuesto de recursos de que disponía.
También
hemos visto decenas de empresas ingresar en un nuevo mercado, ineficientemente,
asignando mucha mayor cantidad de recursos que los que realmente ese mercado
requería.
¿Cuál
es la masa crítica de cada mercado en el que estamos operando?
¿Cuál
ha de ser mañana?
¿Cuál
es la masa crítica de cada mercado en el que pretendemos ingresar?
¿Qué
factores externos pueden modificarla?
¿Cómo
administramos nuestros recursos limitados ante los cambios posibles?
Con
estos interrogantes necesariamente invadimos la quinta área.
5.
Flexibilidad
Fuimos
formados con una mentalidad gestada en la lógica empresarial de la revolución
Industrial: “produzcamos y vendamos la mayor cantidad posible de unidades
estandarizadas para disminuir el costo unitario”.
Con
lo que levantamos fábricas basadas en la doctrina de la escala, de la
estandarización.
Es
decir, en la doctina de la “commoditización”.
Pero
los mercados son cada vez más fraccionables en segmentos diferentes, que se
modifican cada vez más rápidamente.
Cada
vez con mayor velocidad nacen nuevos segmentos (entendidos como grupos de
consumidores con expectativas específicas y diversas), otros mueren, otros se
consolidan y otros desaparecen.
Cada
vez más se cruzan las tecnologías entre mercados hasta poco tiempo atrás
totalmente no relacionados.
Los
chips invaden los televisores, la liofilización los alimentos-
¿Qué
capacidad de reprise (pique) tiene nuestra planta industrial ante los cambios
esperados en la estructura de los segmentos del mercado?
¿Qué
habilidad de reconfiguración disponen nuestras plantas si otra tecnología (de
un competidor) puede satisfacer una necesidad del mercado mejor que nuestros
productos?
¿Cuánta
economía de escala deberemos sacrificar para aumentar nuestra flexibilidad si
no estamos dispuestos a enfrentar riesgos que no podemos asumir?
Pero
atención: la flexibilidad no es sólo un problema fabril.
Hemos
conocido plantas suficientemente flexibles pero llenando depósitos de áreas
comerciales rígidamente contracturadas.
O
áreas financieras (¡y hasta de Sistemas!)
totalmente paralíticas.
En
general, en todos estos casos, el problema inicial es una actitud del
management poco orientada a la monitorización constante de lo que pasa en el entorno, en los escenarios
externos a la empresa.
Es
decir, una actitud del management poco orientada al aprendizaje, la sexta área.
6.
Aprendizaje
Aprendizaje
no quiere decir (mejor dicho, no sólo quiere decir) “capacitación gerencial”.
Una
empresa, cualquier empresa, es un sistema sociotécnico que produce acciones en mercados para lograr
estados futuros deseados (objetivos).
Esto
lo hace procesando insumos.
Uno
de estos insumos, un insumo básico y trascendental, es la información.
Con
el insumo información controla el desempeño actual en relación a los objetivos
que se ha fijado.
Pero
también con la información que “aprehende” y “aprende” puede imaginar los
escenarios que deberá enfrentar en el futuro.
No
para “adivinar” el futuro sino para medir el impacto en el futuro de las
decisiones actuales.
Los
escenarios económico, tecnológico, político, cultural, social y demográfico son
grupos de variables que pueden impactar en el desempeño de la empersa.
“Aprendizaje”
quiere decir la habilidad de entender estas variables como oportunidades o como
amenazas.
Recién
cuando hemos podido entender las fuerzas externas como oportunidades y amenazas
podemos clasificar nuestros recursos como fuerzas y debilidades.
No
existe otra manera.
La
sexta área de resultados clave, el aprendizaje, intenta mejorar la calidad del
insumo información, de forma tal de administrar nuestros recursos escasos
buscando aprovecha las oportunidades, neutralizar las amenazas, consolidar las
fuerzas y superar las debilidades.
Como
por ejemplo la debilidad que se manifestaba en esa empresa internacional de
alta tecnología en el mercado brasileño que hemos presentado en el comienzo de
este artículo.
Su
debilidad era un valor internalizado no deseado.
“No
te arriesgues a sugerir una idea de cambio”.
Se
trataba de una debilidad instalada en un recurso estratégico principal: su
cultura, sus valores.
Con
lo que llegamos a la sétima y última área.
7.
Consenso
Consenso
significa unidireccionalización.
Vector
fuerza.
Para
el lector “cuantitativista” no tenemos argumentos que hagan de la séptima área
un ámbito fácil y tranquilo.
No
lo es.
La
cultura organizacional es una nube difícil de atrapar entre las fronteras de
una racionalidad cartesiana.
Pero
la práctica nos la presenta como un resultado imperioso a procurar.
Consenso.
Unidireccionalidad.
Ideas
directrices.
Ideas
fuerza.
Valores
guía aglutinantes y acumuladores de gente de todos los niveles de todas las
funciones.
Valores
propulsores de una mentalidad compartida, de un esquema común de razonamiento,
de una forma conjunta de pensar sobre los primeros tres interrogantes de
cualquier empresa: qué somos, qué queremos ser y cómo conseguirlo.
Tomado de la
Revista IDEA, mayo 1986.