Camino
hacia la cueva del “hombre sin forma”.
Allí
espero obtener respuestas.
Estoy tan
cargado de preguntas que se me hace imposible seguir avanzando.
El sendero
se hace duro y no lo puedo disfrutar.
Por fin he
llegado.
Estoy ante
la cueva y un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
¿Será
cierto que en ella habita un hombre sin forma que ayuda a la gente?
¿Cobrará
mucho por sus servicios?
Bueno,
¿qué importa?, soy el director de la empresa, puedo hacer lo que quiero sin
rendir cuentas a nadie.
– ¿Hola?
¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Todo está demasiado oscuro. ¿Alguien me puede ayudar?
¿Hola? ¿Es esta la cueva del que llaman “hombre sin forma”?
Lo único
que oigo es mi propio eco. El sonido se pierde a lo lejos. Continuaré un poco
más allá.
– ¿Hola,
hay alguien aquí?
– ¡Tú
estás aquí!
– ¿De
dónde viene esa voz? No te veo, todo está muy oscuro...
– No
puedes verme, no tengo forma.
– ¿Dónde
estás?
– ¡Estoy
contigo!
– ¿Eres el
“hombre sin forma”?
– ¿Quién
eres tú?
– Soy
Iván, Director General de la empresa M.
– ¿A qué
has venido?
– Necesito
ayuda. Mi empresa va mal, pierde dinero y la situación financiera es
insoportable.
– Marcha
por donde has venido, no puedo ofrecerte dinero. Te has equivocado de lugar.
– ¡Oh no,
espera! El dinero no es la principal causa. Es que, bueno, yo... Me esfuerzo en
darlo todo, en planificar, organizar, controlar. Les digo a mis empleados lo
que tienen que hacer, cómo y en qué plazo, y lo importante que es para la
empresa que lo hagan bien. Les digo que su sueldo va en ello y que tienen que
trabajar más y mejor. Todos me contestan: “Sí, Señor Director”, pero cada uno
va a la suya, hacen lo justo y trabajan sin alegría. El trabajo es una carga
para ellos. ¡Después de todo lo que les doy! ¡Y con el sueldo que cobran! ¿Cómo
conseguir que me hagan caso? ¿Cómo convencerles de que la empresa es lo
primero? ¿Cómo hacerles entender que si no lo hacen bien no hay beneficios, y
sin beneficios, no hay aumento de sueldo? Les hablo y les hablo y lo único que
obtengo es indiferencia.
– ¿Te
gusta el té?
– ¿Que si
me gusta el té? No he venido aquí para tomar té. ¡Quiero una solución ya!
– Mmmh,
una solución... ¿Te gusta el té?
– ¡Vamos!
¿Qué broma es ésta? ¿Pretendes reírte de mí? No quiero té, sino que me ayudes.
¿Es que no lo entiendes? ¡¡Creo que... no sé dirigir!!
– Entonces
no te llames a ti mismo Director... El Director que no sabía dirigir, ¡je, je!,
interesante, muy interesante...
– No te
rías de mí, ¡ayúdame por favor!
– ¿Cómo
voy a ayudarte si no me escuchas?
– Está
bien. ¿Qué debo hacer?
– Debes
tomar té y tus problemas desaparecerán.
– Pero si
tomo té todos los días. Mi empresa cada vez tiene más problemas ¿y me dices que
tome té?
– Lo ves,
no escuchas...
– Está
bien, está bien, te escucho. Pero ya tomo té todos los días.
– Y cuando
lo tomas, ¿en qué piensas?
– Pues, en
todos los problemas que me quedan por resolver. Pienso en todo aquello que debo
decir a los empleados, a los proveedores, a los clientes.
– Mmmh! Un
hombre cuya mente no está donde él está. ¡Menudo disparate!
– ¿Cómo?
No entiendo.
– Mientras
tomas tu taza de té, ¿te has parado alguna vez a observar ese momento, a
observar la taza, a observarte a ti, a observar el té?
– ¿Para
qué? ¡Tengo muchos problemas en los que pensar, no puedo perder un segundo!
– A partir
de ahora tomarás té observando el acto de tomar té. ¡Contempla todo lo que
acontece en ese instante! ¡Recuerda, ese instante! Vuelve dentro de un mes.
– Pero
¿qué dices? ¿Esa es tu ayuda? ¿Qué pretendes? ¿Me tomas por necio? ¿Estás ahí?
El sonido
vuelve a perderse en el vacío.
Retrocedo
sobre mis pasos y la oscuridad se va convirtiendo en luz cegadora que molesta a
mis ojos.
Debo
acostumbrarme de nuevo a la luz.
Me siento
un poco aturdido.
“Tomar una
taza de té cada día, durante treinta días”.
Una receta
de locos.
Pero
bueno, no tengo nada que perder.
Contemplaré
ese instante.
Treinta tazas de té después...
– Hombre
sin forma, estoy aquí, he vuelto, ¿me recuerdas? Soy Iván, el que no sabe
dirigir.
– ¿A qué
has venido?
– Pues, en
realidad no lo sé. Me dijiste que viniera pasado un mes, pero que abuses de mi
credulidad por segunda vez no me hace ninguna gracia. La empresa va peor, los
empleados están tensos y preocupados, pero no ayudan. Hacen lo justo y se van a
sus casas. Tu té sirve de bien poco.
– Dime,
hombre con forma, ¿has contemplado el instante de tomar una taza de té?
– Sí, lo
he hecho
– ¿Y bien?
– El té
estaba caliente... y desprendía vapor.
– ¿Y tus
problemas? ¿Dónde estaban tus problemas? ¿Dónde estaban tus pensamientos sobre
lo que tenías que hacer o decir a tus empleados?
– No
estaban. Sólo estábamos la taza de té y yo.
– ¿Dónde
estabas tú?
– Ante la
taza de té
– ¿Y el
té? ¿Dónde estaba el té?
– Primero
en la tetera.
– ¿Y qué
hacías?
– Vertía
el té sobre la taza vacía
– ¿La taza
estaba vacía?
– Pues
claro, ¿de qué otro modo podía verter el té si primero la taza no estaba vacía?
– ¿Qué
hacías luego?
–
Saboreaba el té. Había días que lo encontraba dulce y le añadía algo de agua.
Otros días estaba amargo y le añadía azúcar. Otros días estaba en su punto y me
lo tomaba tal cual. Cada día un sabor y a cada sabor una acción.
– ¿Y
después?
– Me
observaba a mí y a la taza.
– ¿Qué
veías?
– Me
sentía bien. El tiempo transcurría a una velocidad natural, ni lento ni rápido.
La taza se iba vaciando sorbo tras sorbo, y se quedaba lista para el siguiente
día. El té estaba bueno y me saciaba. Ya no sé si saboreaba el té o el
momento...
– ¡Oh, muy
interesante! ¡El Director que no sabía dirigir, dirigiéndose a sí mismo hacia
el momento presente!... Iván, háblame sobre la taza, dime, ¿una taza de té
dónde tiene su beneficio?
– En el té
mismo, con su aroma, su sabor, su calor.
– ¿Y dónde
radica su utilidad?
– En su
vacío. Si la taza de té no está vacía, no puede ser útil. ¿Si no, cómo podría
contener el té y servir de algo?
–
¡Espléndido, señor Director! Puede volver a su empresa.
– ¿Cómo?
¡Aún no me has ayudado a resolver mis preguntas! ¿Cómo puedo dirigir
correctamente?
– ¡Quédate
vacío como una taza de té! Rompe tus prejuicios, tus ideas, tus esquemas y
modelos, tus conceptos sobre cómo dirigir. ¡Vacíate! Deja de hablar y hablar a
tus empleados imponiéndoles cosas, de pensar y pensar. ¡Vacíate! Escucha a tus
empleados, atiende a sus problemas, obsérvales, contémplales. ¿Cómo les vas ser
útil y beneficioso si no te vacías primero? ¿Cómo pretendes que viertan sobre
ti su té si estás lleno hasta el borde de ideas preconcebidas, de obsesiones
sobre la empresa, de obsesiones sobre ti mismo. ¡Deja de mirarte el ombligo!
¡La empresa sois todos! Vacíate y ellos verterán su té sobre ti. ¡El beneficio
está en el té de tus empleados! ¡Y la utilidad en tu vacío!
– Quieres
decir que les escuche, les conozca y les entienda. Que comprenda cómo son y que
de esa manera podré unirlo todo en una sola fuerza, en un solo té, en una sola
dirección, ¿no?... Pero son muchos, ¿cómo escuchar a todos, cómo aunar sus
fuerzas? Cada persona es un mundo, y además la gente no se comporta igual cada
día, ni tampoco se siente igual.
– ¡Cada
día un sabor y a cada sabor una acción! ¡Disfruta del té, sorbo a sorbo, para
volver a vaciar la taza y dejarla lista para el siguiente día!
– ¡Oh,
entiendo, ahora lo veo con claridad! ¿Cómo agradecer tu ayuda? ¿Cómo
recompensarte?
– Dale las
gracias a tu taza de té.
(*)
José E. García es integrante
de Equipo Humano, un boletín electrónico sobre motivación, cohesión y
competitividad del equipo humano.
www.equipohumano.com/boletin