Existe una diferencia que es necesario hacer explícita, entre “nivel de vida” y “calidad de vida”.
Cuando hablamos de lo primero, referimos a la disponibilidad de bienes materiales, cosas y posesiones de las que disponemos.
Cuando hablamos de calidad de vida nos referimos al grado de alegría, buen ánimo, felicidad, sensaciones de gozo y plenitud, conexión con lo bueno que la vida nos ofrece…
En este plano todos somos aprendices y es mucho lo que podemos enriquecernos.
Asumir la calidad de vida y la felicidad como parte de lo que más nos importa y da sentido a nuestra existencia, no es tarea sencilla.
Para la forma de concebir la vida que nos organizó como personas y nos entregó los mandatos de “cómo vivir”, el hecho de ser feliz y disfrutar de la vida es un tema marginal y poco significante respecto a lo que se concebía como lo verdaderamente valorable: llegar a “ser alguien” en la vida.
Alguien útil, poderoso, una persona importante…
Aunque los tiempos hayan cambiado e inspiren deseos de una vida de mayor disfrute, mutar esta manera de experimentar la vida, no es una cuestión sencilla para cada uno de nosotros.
Desembarazarnos de los mandatos culturales implica una tarea de reflexión que vaya gestando otra manera de ver la vida.
Eso irá haciendo posible que vayamos ideando nuevas formas concretas de ser, capaces de generar más calidad de vida en nuestra experiencia.
No es una tarea menor
No se trata de algo fácil de realizar, pero es posible si lo asumimos como proyecto.
Requiere de poner la intensión en la orientación de nuestro deseo, cosa que es muy difícil sin una buena red de aliados.
Aliados con quienes intercambiar y que nos ayuden a traspasar las dificultades que todos tenemos ante el cambio.
Aliados cuyas intensiones validen la nuestra y además nos ayuden a pensar con equilibrio el camino.
Es que, contrariamente a lo que se piensa, ni la felicidad, ni la calidad de vida, son cuestiones ante las cuales se trata simplemente de estar dispuestos.
Por el contrario, se trata de cambios serios en nuestra manera de estar vivos, de transformaciones en los valores fundamentales que organizan nuestra existencia.
Una vez que abordamos la cuestión en lo concreto, se descubre que generar calidad de vida demanda inversión de energía y tiempo.
Es una búsqueda que requiere abrir nuestra imaginación a posibilidades más ricas e intensas de cada situación que vivimos.
Necesitamos imaginar nuevos horizontes que nos posibiliten diseñar nuevas formas de ser nosotros mismos y también de hacer lo que hacemos…
Eso necesita ser gestado en el camino de re-pensar nuestra propia experiencia.
Nuestra relación con el presente…
Para iniciar el proceso de cambio que necesitamos será bueno ayudarnos con un primer paso: la toma de conciencia de que vivir significa consumir el tiempo que disponemos sobre la tierra.
Esto activará en cada uno la intención de cambiar la relación que tenemos con el aquí y ahora, nuestro presente constante.
Lo habitual entre nosotros es que transitamos el presente actuando tras objetivos que atienden casi exclusivamente al crecimiento de nuestro poderío y nuestra fama (ser reconocidos e importantes).
Justificamos esta forma de vivir con la idea de que estas acciones preparan un mejor futuro.
De esta manera el tiempo de que disponemos para vivir, se nos escapa en una eterna preparación de “un mañana mejor”.
Así es que trabajamos sin gozar de la tarea que hacemos, sin disfrutar de la riqueza interior que implica dirigir nuestra capacidad creadora al bienestar de los otros, a través de los productos o servicios que podamos ofrecerles.
También criamos a nuestros hijos sin pensar que lo más importante que nos puede pasar (a nosotros como padres y a ellos como hijos) es compartir y disfrutar del vínculo en el día a día.
Lo mismo sucede con las intensidades amorosas de nuestra pareja, se van debilitando y cada vez más el tiempo compartido queda tomado por los roles que nos enseñaron como madre y padre…
De esta y otras mil maneras seguimos repitiendo y siendo reproductores del sentido de la vida que heredamos aunque las condiciones actuales hayan cambiado de manera radical.
Lograr mayor calidad de vida y afirmar la felicidad como sentido de la existencia, requiere imaginar, diseñar y asumir formas nuevas de ser y hacer, que inauguren nuevas maneras de vivir.
No es un camino sencillo y por eso necesitamos reflexionar, pensar con otros y ocuparnos responsablemente de elegir la manera en que queremos de responder a las posibilidades que la vida nos ofrece.
