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El valor económico del conocimiento |
02 de Marzo, 2010
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ODonnell, Horacio |
Dicen que en los comienzos del siglo XIX, la Banca Rothschild afirmó su poder en base a los conocimientos que le brindaba una vasta red de informantes, haciéndole saber antes que su competencia, la Baring Brothers, entre otras, lo que sucedía en los principales países europeos, permitiéndole así actuar en consecuencia en los diferentes mercados. El uso de una mejor tecnología y de los recursos comunicacionales disponibles en ese momento, que incluía a las palomas mensajeras, por ejemplo, les aseguraba tomar decisiones con "conocimientos" que sus rivales no tenían. Sabemos indudablemente desde hace más de dos siglos que ya no se discute el valor del saber, del conocimiento, en el mundo de la economía y de la política.
Una historia Nos cuenta Roberto Hernández Montoya, un conocido ensayista latinoamericano, que Rothschild llegó a fletar un rápido barco para informarlo del decisivo resultado de Waterloo. No bien conoció la noticia de la derrota de Napoleón, mezclando su natural astucia con ese conocimiento, empezó a vender sus activos en Londres, de modo que se creyera que el emperador francés había derrotado a su enemigo inglés. Para ese entonces ya muchos sabían lo bien informado que solía estar Rothschild. Eso provocó una oleada de pánico y ventas, aprovechada por el mismo Rothschild para comprar por peniques acciones que semanas después, conocida la derrota francesa, valían decenas de libras. Vale decir que al conocimiento tenemos que agregarle un manejo inteligente, o por lo menos ágil, para que rinda un fruto económicamente valioso. Estas circunstancias se reiteran en el mundo de hoy. La tecnología, como aplicación del enorme progreso de la ciencia, modifica constantemente los modos de producción y aún el comportamiento de la sociedad, de modo que los mercados se presentan cambiantes y complejos. Qué no decir de los nuevos productos y servicios que ejemplifican estos continuos cambios. Conocer, saber, entender y manejar nuevas herramientas son imprescindibles para nuestros jóvenes. Y aún muy necesarios para nosotros mismos.
Qué hacemos Y ahora cabe preguntarnos qué es lo que venimos haciendo en nuestro país respecto de este tema. No es erróneo afirmar que desde hace tiempo procuramos resolver con astucia y viveza lo que nos falta de conocimiento. Además, el conocimiento, pese a reiteradas declamaciones, no parece ser un valor firmemente incorporado al patrimonio intelectual o conceptual que realmente apreciamos. Por de pronto, lo sentimos como de menor valor que la viveza, la suerte o aún la fuerza. Tal vez hasta tengamos el prejuicio de que el conocimiento y la dura tarea del aprendizaje que inevitablemente conlleva, sea un recurso que solamente emplean los débiles o los desafortunados y en otros casos los menos avispados para suplir esas, sus carencias. El resultado medido en términos de números macro no se hace esperar. Un reciente informe del Banco Mundial señalaba que en relación al Producto Bruto Interno (PBI), la Argentina invierte en investigación la mitad que el Brasil y la cuarta parte que Corea. El diagnóstico del documento, elaborado por Kristian Thorn, sostiene que nuestro país hace muy poco en investigación y desarrollo. De modo que "el conocimiento", en la llamada era del conocimiento, pareciera tener un valor secundario en nuestro país. Dan cuenta de ello un sin número de señales sociales. el bajo interés de los estudiantes, especialmente en el secundario, por estudiar, hasta el punto de haber desarrollado habilidades extremas en lo que se ha denominado como la "técnica de zafar". También se manifiesta en la actitud de los padres, más preocupados por que sus hijos pasen el grado o el año, que en estar seguros de que han crecido sus conocimientos reales. También lo vemos entre nosotros mismos, los directivos y las autoridades educativas, ocupados por resolver cuestiones de financiamiento o propias del entretejido burocrático jurisdiccional, que en tratar de reinsertar el valor del conocimiento y la disciplina junto con el imprescindible esfuerzo que el estudio debiera tener para nuestras jóvenes generaciones.
Futuro oscuro Este desconocer del valor del conocimiento no sólo empobrece nuestro hoy sino que se hará sentir mañana más francamente. Países que se han dado cuenta de esto, con un par de décadas de anticipación dispondrán, en la indudable realidad de una sociedad global, de la mayor parte de los futuros científicos, de la dirigencia política y económica y ciertamente serán los dueños de casi todas las patentes. Nosotros pondremos a nuestros hijos allí, sólo para cumplir el rol de simples consumidores. Eso sí, como buenos consumidores engañosamente nuestros hijos creerán que todo es simple y fácil de ser usado. Salvo el duro precio constante del endeudamiento al que parece hemos decidido adoptar, para supuestamente gozar de productos del mundo desarrollado. Como falsos sabios que evitan pasar por las penurias del esfuerzo que significa adquirir saberes adecuados para convivir con ellos, o como singulares artífices de una nueva sociedad... indiferente ante el conocimiento.
Este artículo fue publicado en el diario Clarín Económico, el 12 de marzo de 2006. |
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hacheaefe a las 16:49 · Sin comentarios
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Héctor Alberto Faga
Escritor, poeta, novelista
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