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La civilización digital

29 de Diciembre, 2009  ·  Negroponte, Nicolás

La civilización digital

Como mundos paralelos y, a la vez, integrados, la revolución tecnológica y la nueva sociedad construyen el futuro digital.

Nicholas Negroponte

Nicholas Negroponte fundó y dirige desde 1985 el Media Lab delMIT. Autor del best-seller Ser digitales columnista de la revista Wired ydel New York Times. Integra el directorio de Motorola Inc. y financió el inicio de más de 20 empresas.

 La Conferencia

Todos habrían calificado de cínico a quien, hace veinte años, hubiera anticipado la obsolescencia de los sistemas de computación de entonces en menos de dos décadas. Sin embargo, eso fue lo que pasó. Lo que ocurre es que, si bien conocemos el mundo de los átomos, desconocemos el mundo de los bits: no tenemos una sensación “visceral” de los bits, de su tamaño, forma y color. Pero con el correr del tiempo, al menos, hemos aprendido a percibir el universo de los bits, de esas unidades de información computarizada, de una manera diferente. Incluso en el mundo de los negocios. Ya no son tantos los ejecutivos que no entienden que la transformación que implica en su actividad diaria, pasar de átomos a bits. Tomemos el caso de una fábrica de tostadoras. Se necesita personal con diferentes habilidades para procesar la variedad de materiales y elementos químicos, que, combinados, se convertirán en una tostadora. Si el modelo o el diseño de la tostadora resultara exitoso en el mercado, aumentará la demanda, la empresa ganará escala y, de resultas, mayor poder de negociación en la compra de materias primas, con lo cual estará en condiciones de bajar sus costos. Teóricamente, también debería bajar el precio de la tostadora y mejorar la calidad. Ahora bien, si lo que se produjera fueran bits en lugar de tostadoras, ante el mismo éxito, el proceso sería absolutamente diferente porque el costo marginal de fabricar más bits es igual a cero. Un cambio fundamental en la economía que nos introduce en la demografía del mundodigital.

 Demografía digital

En el mundo digital, hay personas, países y cosas. En cuanto a las personas, el poder de Internet está siendo subestimado por parte de los pronosticadores del futuro. Un detalle: cuando se suman las “cuentas” de Internet, no siempre se tienen en cuenta que, por cada cuenta, puede haber hasta diez usuarios diferentes. De hecho, seis es el promedio en México. Tampoco es fiel a la realidad el cuadro por país, sobre todo, después de la incorporación de nuevas modalidades de acceso como los teléfonos celulares con navegadores o las computadoras públicas o comunitarias que, en una sola conexión, suman centenares de personas. No sería raro que, a fin del año próximo hubiera mil millones de usuarios en todo el mundo.

¿Cómo se distribuyen? En los Estados Unidos, hay un gran grupo de usuarios jóvenes, de no más de quince años, que podríamos llamar “100 por ciento” digitales. Pero también hay un segundo conjunto oculto que es fascinante: el de las personas de más de 65 años, uno de los de más rápido crecimiento. Comparten con el primero una característica: la disponibilidad de tiempo. En el medio, tenemos a los bautizados como "los desamparados digitales". Están en esa situación no ya por pereza o falta de recursos, sino porque simplemente llegaron al mundo en el momento equivocado. No entraron en el proceso de digitalización. Lo más interesante es que quienes hoy dirigen escuelas, empresas e incluso naciones, son precisamente los miembros de esta categoría. Aquí podría residir la causa de la lentitud de algunos avances.

Desde este punto de vista,  también es importante identificar los países con mayor grado de avance digital y analizar por qué algunas naciones con un perfil similar de desarrollo económico están más avanzadas que otras. Si observamos las estadísticas que indican el número de líneas telefónicas por cada centenar de habitantes o la densidad de los dominios registrados en la web o el porcentaje de hogares que tienen computadora o conexión a Internet, descubriremos que en los países escandinavos las cifras son más altas que en los Estados Unidos. Se trata de países centrales cuya población, en su gran mayoría, domina el inglés como segunda lengua y tiene un elevado índice de educación.

Alemania, Francia e Italia, por ejemplo, poderosas fuerzas económicas, comparten la calidad de las telecomunicaciones y estadísticas parecidas en cuanto a cantidad de teléfonos y nivel de servicio. Francia, por ejemplo, hasta hace poco tiempo, gastaba más dinero por abonado en investigación de las telecomunicaciones que cualquier otro país del mundo. No obstante, cualquiera de estos países europeos está por debajo de un umbral interesante en el uso de Internet. Mientras en Francia roza el cinco por ciento, en los países escandinavos, el porcentaje de computadoras instaladas y de las conexiones hogareñas a Internet supera el 60 por ciento. Esta brecha enorme se explica porque la principal fuerza movilizadora del proceso de digitalización es la cultura.

Aunque el concepto de cultura comprende una cantidad enorme de elementos, hay un par que son especialmente preponderantes en cuanto atañe al mundo digital. Uno es el respeto de las libertades individuales; otro, la economía subterránea. Usualmente mal vista, esta clase de economía, a menudo sostiene a flote a todo un país, como es el caso de Italia. Y esto es relevante porque la economía digital va a estar mucho más cerca del consumidor que la economía de los átomos. Otra característica de la cultura de muchos países latinos es una suerte de saludable falta de respeto hacia la autoridad. Sin propugnar el caos o la anarquía, esto implica un compromiso mayor con el debate y la argumentación que con las consignas verticales. La cultura horizontal rinde muchos más frutos que la cultura vertical. Por su parte, América latina tiene rasgos específicos que la hacen sumamente interesante para el desarrollo de la economía digital. Las telecomunicaciones están mejorando de manera considerable en la región a partir de la generalizada desregulación del mercado.

En cuanto a las cosas, el tercer elemento, se relaciona con la clase de objetos que están “conectados” a Internet. No se trata de las computadoras de escritorio, las “palmtops” o el servidor. Tampoco de los teléfonos celulares o el serviciode pager. Tiene que ver con las cosas que están en Internet por “cuenta propia”. En otras palabras, se trata de aprovechar la inteligencia de la red para lograr mejor desempeño. Por ejemplo, una máquina expendedora que informe cuándo necesita reposición de latas de una determinada gaseosa; o una lámpara de alumbrado público que indique si está agotada o a punto de agotarse. Las cámaras de video, por ejemplo, son un caso interesante. Hay más de un millón de cámaras de video conectadas a Internet a través de las cuales llegan miles de imágenes. Los electrodomésticos siguen en la lista de futuros ingresos. Ya existen modelos de heladeras con un dispositivo que lee los códigos de barras de los productos y lleva un inventario de las “existencias”, al que el propietario puede acceder desde la computadora de su casa o a miles de kilómetros de distancia. Ahora bien, ¿con qué frecuencia se cambia la heladera? La frecuencia no es alta. Podría decirse que el “metabolismo” de Internet es el extremo opuesto del metabolismo que regula el recambio de las heladeras. Probablemente uno cambia el auto con mayor frecuencia. Por lo tanto, tal vez, esta clase de electrodomésticos no sea la especie de cosas que merezca mayor atención por su conexión a Internet.

 Jugando por Internet

Diferente es el caso de los juguetes. En más de cinco años, pero en menos de diez, sin duda, habrá más Barbies conectadas a Internet que ciudadanos estadounidenses. Hoy el promedio en los Estados Unidos es de siete Barbies por niña. A este paso, en poco tiempo la población dominante de Internet no va a estar compuesta por gente sino por cosas.

¿Cuáles serán los efectos sociales y educativos de la compraventa por Internet? Se estima que, hacia fines del año 2000, el total de las transacciones electrónicas superará los US$ 1000 millones. Esta suma es el doble, casi el triple, de la prevista por los pronosticadores más optimistas. Se llegaría a esa cifra con la reducción contundente del precio de las computadoras y de las tarifas de telecomunicaciones, y con la transformación de los sistemas de pagos. En cuanto al costo de las computadoras, hoy estamos en una situación dramática. Seguimos aprovechando la mayor capacidad de memoria y la velocidad de procesamiento para agregar opciones de software. Como resultado, las máquinas se vuelven obesas y cuesta demasiado mantenerlas. Algo, sin duda, debe cambiar. En primer lugar, el precio de las computadoras debería estar muy por debajo de los cincuenta dólares, en realidad, no debería superar los veinte dólares. Cuando lleguemos a ese precio, se cumplirá el primer requisito para la explosión de Internet.

En cuanto a las telecomunicaciones, nos encontramos en un mundo en el que los costos más altos corresponden a los peores sistemas. Un cuadro paradójico que debe cambiar —y en el corto plazo, sin duda— para que el segundo requisito se cumpla. En Alemania, por ejemplo, los precios de las llamadas locales son tan altos que una familia tipo de cuatro miembros puede gastar fácilmente US$ 200 por mes. Estas tarifas excluyen a muchas personas del mundo de Internet, aún en una sociedad rica y afluente.

La transformación de los sistemas de pagos está directamente relacionada con el modo en que se van a vincular el comprador y el vendedor por Internet, ya sea de consumidor a empresa o de consumidor a consumidor. La velocidad de los avances en estos campos no ha sido la suficiente. No es fácil resignar los altos intereses que se cobran sobre los saldos impagos de las tarjetas de crédito. La solución de este atascamiento llevará un par de años, dos o tres, con lo cual se superará otro elemento retardatario de un mundo digital en plenitud.

Cuando Jeff Bezos, el fundador de la librería virtual más grande de la web, visitó el MIT, contó una historia interesante. En los comienzos de Amazon.com, cuando, junto a su mujer, estaba tratando de darle forma al proyecto, Jeff recibió un pedido de alrededor de US$ 100 desde Europa. En el Email, el comprador le decía: "la forma de pago viaja por correo". Pocos días después recibió un sobre con un diskette que en lugar del disco tenía un billete de cien dólares doblado. En la etiqueta que decía: “cien dólares en un diskette (los inspectores de aduana son demasiado tontos para leer inglés)". Esta anécdota demuestra la necesidad de simplificar el intercambio comercial via Internet. Desde el Media Lab se ayuda a aldeanos de Bangladesh y Tailandia a vender sus artesanías en forma directa a través de sitios en la web. Así podrán obtener mejores precios por lo que producen, ya que, con los métodos tradicionales, la intervención de los intermediarios hace que reciban monedas por productos que, al llegar al consumidor final en Nueva York, tienen un 2000 por ciento cargado sobre el costo. La web ayuda enormemente a la desintermediación y, por ende, a la baja drástica de los precios. El caso de los libros es conocido y ejemplar.

En Estados Unidos, podría decirse que quien compra un libro en una librería clásica está muy desinformado o loco. Primero, no sabrá de antemano si la librería tiene el libro que busca. Segundo, es muy probable que el precio sea superior al que se lo ofrece por Internet. En todo caso, si el objetivo de ir a la librería es curiosear, para seguir la tradición tan especial de comprar un regalo o, también para tomar café con un amigo. La naturaleza de la librería ha cambiado. Hoy predominan factores como la compra compulsiva de quien ve un libro y no puede esperar o, incluso, la venta azarosa. O sea que hay otros  factores que ayudan a sumar valor agregado al servicio de librería, para que no desaparezcan de la faz de la tierra.

Lo mismo ocurre con la intermediación, que tendrá que reinventarse para no perecer. El mundo digital favorece el trato directo entre el consumidor y el productor, cualquiera sea la clase del producto. Desde relojes hasta aviones. Esto es un hecho irreversible que marca indeleblemente las relaciones comerciales de fin de siglo y que se acentuará de modo dramático durante los próximos diez años, en todo el mundo, sin excepciones. No es inusual, al menos, en los Estados Unidos, que alguien haga su elección en los comercios off-line y luego compre por Internet. Un indicio de que probablemente en un futuro no muy lejano, los locales comerciales, tal vez se conviertan simplemente en exhibidores atendidos por asesores y no por vendedores. Una forma “viva” de promocionar los productos para que la gente, cuando llegue a su casa, los pida por Internet.

 Las consecuencias

Desde el punto de vista global, una de las principales consecuencias es el impacto sobre el concepto de nación. Los países han nacido y se han desarrollado por lo general, básicamente, al calor del factor geográfico. O sea, un factor directamente relacionado con los átomos, como los accidentes topográficos o las demarcaciones naturales producidas por montañas, ríos, valles, u océanos. Hoy, las demarcaciones digitales son tan locales como universales. Podría decirse que las mejores administraciones son aquellas que corresponden a unidades territoriales que tienen entre tres y cinco mil habitantes. Este fenómeno, producto de la era digital, nos lleva a pensar que dentro de diez o quince años, nos encontraremos en presencia de un mundo con muchos más países de los que tenemos hoy. Si en la actualidad hay menos de dos centenares de naciones, no sería exagerado pronosticar un mundo con miles de países en no más de cincuenta años. Tal vez, esa nueva configuración política exija cambiar la forma de gestión global, que será muy distinta a la de las Naciones Unidas.

Otro fenómeno que puede tener alto impacto, principalmente en las naciones en desarrollo, es el cambio profundo en cuanto a la concepción de "clase mundial", asociada a lo urbano, y el concepto de "rural", históricamente vinculado a la pobreza. Desde siempre la gente del campo parece resignada a sacrificar calidad de vida presente por esperanzas futuras. La vida en la ciudad siempre ofreció mejores posibilidades educativas para los hijos, una buena cobertura de salud y, básicamente, la esperanza de un empleo seguro y estable. La clásica migración del ambiente rural hacia las grandes urbes, tal vez se revierta con el advenimiento del mundo digital. Como mínimo, acercará a los habitantes rurales las ventajas y la calidad del mundo “urbano”.

El último efecto social es el asincronismo que propone el mundo de los bits. En el mundo de los átomos, todos nos movemos de modo relativamente semejante. Trabajamos de lunes a viernes en un segmento horario similar, viajamos en nuestro auto o en el transporte público a la misma hora, tanto a la ida como a la vuelta de nuestras obligaciones. Este ritmo que marca el pulso de nuestras vidas hace que todos vivamos una vida muy sincronizada. La sincronicidad es una palabra clave de la sociedad de los átomos. Inclusive cuando vamos al cine o al teatro o cuando vemos televisión. Hoy, gracias a la irrupción de la digitalización, la sincronicidad ha comenzado a resquebrajarse. Se ve menos televisión, la gente trabaja en sus casas. La asincronicidad producirá, en poco tiempo, un efecto considerable sobre nuestras vidas, tanto en nuestra singularidad como en el modo en que nos relacionamos con nuestros semejantes. Imposible predecir su magnitud.

Un comentario final merece el recurso natural más precioso de cualquier país: los niños. Pero, en general, las políticas educativas dejan mucho que desear. Sin embargo, si se señala lo preocupante de esa realidad a los gobernantes, aseguran que no se puede realizar una gran inversión para mejorar los programas de educación para ver los resultados sólo veinte años después. Sin embargo, vemos que hay muchos países que sí realizan proyectos de inversión a diez o quince años en materia de infraestructura, o sea, puentes, caminos, túneles. En el caso de la construcción, si bien los resultados no se ven hasta después de unos años, sí se puede ver el proceso mientras se realiza el trabajo. Me refiero a cosas cuantificables, átomos: vehículos, excavaciones, voladuras, gente que va y que viene, pozos, explosiones, maquinarias, cosas que se pueden ver y tocar y que también impresionan por el despliegue que producen. El proceso educativo no produce ese despliegue. Por eso, lamentablemente, se hace tan difícil venderlo como un proceso rentable. Sólo porque no ofrece evidencias que se puedan percibir con los sentidos.

 © Gestión

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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publicado por hacheaefe a las 21:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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