Este artículo fue publicado en la revista "El remolque", órgano oficial de la Cámara Argentina de Fabricantes de Acoplados y Semirremolques (CAFAS).
Alguna
vez alguien me dijo que el de los camiones, remolques, trailers y acoplados era
un negocio que “andaba sobre ruedas”.
Más
allá de la obvia referencia a la naturaleza de la industria del transporte –una
empresa que no está fija en un lugar, sino que anda de un lado para el otro-,
esta característica plantea una problemática interesante a la hora de
determinar cuál es el producto que la empresa vende, y consecuentemente, cómo
deben calcularse los costos y precios del mismo.
¿Son
horas? ¿Son kilómetros? ¿Son volúmenes físicos? ¿O será una combinación de
varias o todas estas cosas?
Vamos a
ver.
En la
realidad hay una serie diversa de cuestiones a considerar, que tienen que ver con
el ámbito geográfico (la ciudad; la ruta), las distancias a recorrer (larga
distancia; corta distancia), la capacidad instalada y disponible de los
espacios de carga, el tiempo de que se dispone para prestar los servicios, la
velocidad a la que podemos desplazarnos y otras consideraciones por el estilo
que iremos viendo a continuación.
Para
entender los contenidos debemos comenzar por establecer los límites.
El
primer límite es el tiempo de que disponemos.
Podemos
decir con certeza absoluta (reloj atómico de por medio) que el día tiene
veinticuatro horas, y por más esfuerzos que hagamos, no lograremos añadir un
solo segundo a esa cantidad.
Allí
hay entonces una primera restricción: no importa la cantidad de conductores que
pongamos en un camión; sólo podrán trabajar como máximo veinticuatro horas por
día.
Este
límite diario se complementa con su extrapolación a nivel anual.
Así,
estamos seguros de que el año tiene sólo 365 días y el regalo de uno adicional
cada cuatro años. Pero ni uno más.
Sólo
podrán trabajarse 365 días por año cada año. El siguiente ya corresponderá al
año posterior.
El
segundo límite tiene que ver con la velocidad y las distancias a recorrer.
Si los
vehículos se desplazaran a la velocidad de la luz, o más modestamente a la
velocidad del sonido, o más modestamente aún a la velocidad de los automóviles
de fórmula uno, y suponiendo que hubiera caminos que permitieran alguna de
estas opciones y que además estuvieran tan descongestionados que nada ni nadie
nos impidiera desarrollar las velocidades, muchos de nuestros problemas –de
costos y precios, sobre todo– no existirían.
Pero la
cruel realidad es que ese mundo ideal está fuera de nuestro alcance y sólo
podemos remitirnos a lo que todas las condiciones externas descriptas, más las
propias internas de nuestros vehículos, nos permiten (¿26 km/hora en la ciudad?
- sin piquetes, obviamente).
Llegar
desde un sitio de partida hasta uno de llegada exige el consumo de una
determinada cantidad de tiempo, que es función de la distancia a recorrer y de
la velocidad a la que estemos habilitados para hacerlo.
No
existe aquí el don de ubicuidad, por el cual podríamos ir instantáneamente de
un lugar a otro sin consumir parte de ese bien tan preciado que es el tiempo,
del cual podemos decir que para aprovecharlo hay que gastarlo, porque una vez
que se nos fue, ya no lo podemos recuperar.
El
tercero de los límites está relacionado con la capacidad de carga que seamos
capaces de transportar.
Si
pudiéramos desarrollar vehículos que tuvieran una fuerza similar a la de las
hormigas, que pueden transportar varias veces su propio peso, y tampoco
tuviéramos restricciones para ocupar espacios inconmensurables, podríamos mover
enormes volúmenes de objetos con un pequeño costo y un gran rendimiento.
Pero en
la realidad no podemos hacerlo.
Los
caminos nos ponen límites al ancho de nuestros vehículos; el centro de gravedad
de los vehículos y los puentes hacen lo propio con la altura; y la potencia de
los motores no nos habilitan a mover cualquier peso que se nos ocurra, si el
mismo está desfasado respecto de aquella.
Entonces,
¿qué es lo que podemos vender?
Leyendo
todas las restricciones anteriores pareciera surgir que nuestra actividad es
una mezcla de varias de ellas, y que a la hora de determinar costos y tarifas,
todas deben estar presentes.
Esto
claramente es así.
Alguna
característica tendrá mayor preponderancia que otra, dependiendo del tipo de
transporte que queramos realizar, pero no podemos dejar de considerar ninguna
de ellas.
Ahora
bien, ¿hay alguna que sea más importante que las demás?
Intuitivamente
podemos sentirnos tentados a decir que no, que todas son igualmente
significativas.
Pero si
ustedes me apuran un poco y yo tuviera que elegir una de ellas, a mí me surge
como respuesta natural que el factor más importante es el tiempo, y que todos los demás están subordinados a él.
Uno
puede cotizar por kilogramo, bulto o litro transportado, por ejemplo, pero cualquiera
de esas variables será una mera simplificación del factor tiempo.
Algunos
de nuestros costos directos más importantes tienen que ver con esta variable –los
salarios, por ejemplo-, y al resto los podemos mensurar sobre esta misma base.
Así que
el factor tiempo se destaca nítidamente sobre los demás.
En
posteriores publicaciones seguiremos ahondando esta problemática, pero por ahora
me conformo con haberles planteado la inquietud.
Entonces,
¿puede decirme usted qué vende?