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Un código de contabilidad universal |
29 de Diciembre, 2009
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Toffler, Alvin y Heidi |
Un código de contabilidad universal | Por Alvin y Heidi Toffler Para LA NACION
| LOS ANGELES La estampida resuena en Wall Street. No son únicamente los "toros" alcistas que hace poco remontaron los precios de las acciones a la ionosfera. También huyen en tropel los analistas financieros, auditores y contadores que ayudaron a lanzar los accionistas a una escalada frenética. Washington se apresura a imponer reglas nuevas y encarcelar a algunos ejecutivos máximos para aquietar las iras del público. Un mensaje satírico enviado por correo electrónico describe la fuga hacia México de 10.000 ejecutivos máximos entregados al pillaje. La crisis ya traumatizó a los grandes estudios contables mundiales, acusados de haber ayudado a los ejecutivos a encubrir sus chanchullos y pasado por alto irregularidades con tal de que sus subsidiarias consultoras hiciesen negocios. Arthur Andersen está muerto. Otros son investigados, y los grandes bancos, acusados de complicidad en las jugarretas de sus clientes. .Cuando estalló la crisis asiática, en 1997-1998, los economistas norteamericanos se apresuraron a culpar al "capitalismo amiguista" de Malasia, Indonesia y Tailandia. El Fondo Monetario Internacional, que seis meses antes había elogiado la "sana" economía tailandesa, siguió la corriente. Pero era Asia, con su economía aún "emergente" y sus culturas corruptas para las normas occidentales, supuestamente más "avanzadas" y "transparentes". Hoy, Estados Unidos poco tiene de paradigma moral. Sus líderes empresariales y financieros, aunque no sean corruptos, parecen, en el mejor de los casos, ingenuos y, en el peor, ineptos. Sus fracasos repercuten en el mundo entero. Por eso algunos grupos insisten en la necesidad de un código único, global, de normas contables claras y severas. .Mientras los titulares se centran en los precios de las acciones y tanto los políticos como las agencias reguladoras estatales atacan los informes financieros engañosos en sus propios países, un puñado de expertos contables pugna por crear un código que podría llegar a controlar qué información se dará, o no, a los inversores del mundo. De ser aceptados, sus dictámenes podrían cambiar el modo en que funcionarán los mercados de acciones, se negociará y se encauzarán los capitales en las próximas décadas. Los contendientes principales son la Junta Internacional de Normalización Contable (sigla original, IASB), de Londres; la Organización Mundial del Comercio (OMC), y la Junta de Normalización Contable Financiera (FASB), de Greenwich, Connecticut. A su alrededor, revolotean los reguladores de cada país y los máximos ejecutivos financieros u otros representantes de las altas finanzas. .El problema central, según la IASB, es cómo reemplazar el actual centón de normas contables nacionales. Las compañías que operan en muchos países presionan en favor de la estandarización mundial. Presumiblemente, un solo código general también ayudaría a los inversores a comparar o contrastar las empresas por encima de las fronteras nacionales. Una discrepancia entre los partidarios del código global enfrenta a los norteamericanos, que prefieren un reglamento extenso, minucioso y preceptivo, con los británicos y otros adeptos a una breve lista de "principios". .Daños colaterales .Una tercera cuestión es el rigor o laxitud relativos de las normas. En un estudio en colaboración con colegas de Chicago y Australia, publicado en 1998, la profesora Mary E. Bath, decana asociada de la Escuela de Administración de Empresas de la Universidad de Stanford y actual miembro del directorio de la IASB, planteó la eventual necesidad de transar. Por ejemplo: "¿El objetivo absoluto debería ser renunciar a una pizca de exactitud contable, por lo mucho que la uniformidad beneficiaría al mercado? ¿O deberíamos centrarnos por completo en procurar la mejor contabilidad posible?" .Eso fue en 1998. Si hoy encuestáramos a los furibundos inversores, podríamos predecir su respuesta: "Olvídense de qué beneficiaría supuestamente al mercado y limítense a decirnos la verdad". Barth sugería que en ciertas ocasiones "los precios de mercado son tan exactos que una mejor comprensión de las normas contables no puede beneficiar mucho que digamos a los inversores". ¿De veras es así? E insiste: "En los mercados emergentes [...] la armonización de las normas contables, aun en desmedro de la exactitud, puede mejorar realmente el rendimiento del mercado de títulos". He aquí una evidente jerarquía de prioridades en que la exactitud está por debajo del primer peldaño y en el más alto hay otra cosa muy distinta: mantener mercados financieros fuertes. Al final del estudio los autores nos previenen contra la imposición apresurada de normas globales uniformes. Tienen razón. .El desenlace de la batalla entre todos estos grupos afectará los futuros flujos de ganancias de capital, el desarrollo económico, los puestos de trabajo y las jubilaciones en el mundo entero. Veamos un ejemplo. Hasta ahora, la Comisión de Títulos y Cambios de Estados Unidos venía insistiendo en que las firmas extranjeras que quisieran vender títulos en mercados financieros norteamericanos debían aplicar los "principios contables generalmente aceptados", establecidos por la FASB. Este requisito engorroso y caro para los extranjeros favorecía a las firmas locales, pero los norteamericanos insistían en que eran las mejores normas del mundo. A la luz de los escándalos actuales, hoy resulta difícil sostenerlo. Tras la bancarrota de Enron, Frederik Bolkestein, comisionado de la Unión Europea para Servicios Financieros, exigió la "obligatoriedad universal" de un conjunto de normas internacionales idénticas. Esto encaja con la pasión de la UE por la uniformidad. .Entretanto, la OMC quiere aplicar su propia regla, formulada con ayuda del estudio contable Andersen, que le permitiría pasar por sobre las reguladoras nacionales si, a su juicio, las normas de éstas "restringieran el comercio". La transición a un código único, "obligatorio" y global suena bien en teoría, pero podría tener muchos más efectos colaterales de lo que aparece en la superficie. Y algunos podrían implicar "daños colaterales" para la gente común. .La uniformidad absoluta, en especial la "obligatoria", sería un error. Así como la Constitución norteamericana da autonomía a los estados dentro de un sistema federal, cualquier código mundial debe trazar un número limitado de principios generales. Eso sí, éstos deberán incluir un reglamento de enmiendas de manera tal que cada economía pueda adaptarse a circunstancias siempre cambiantes. Es preciso describir y medir mejor el activo intangible, y considerarlo parte legítima del valor de una empresa. No se debe permitir que las compañías mientan a los inversores. Las normas no deberían canjear exactitud por otra cosa. Pero las compañías lícitas cuyos activos se basan en los conocimientos no deberían sufrir por tal motivo. .El capital genera un enorme poder dentro de la sociedad. No obstante, a veces, el control del conocimiento que determina los principales flujos de capitales puede más que él. Por eso cualquier decisión sobre normas financieras universales debería someterse al escrutinio amplio y crítico del público, a fin de identificar un posible daño colateral. En la economía global, todos somos apostadores. Traducción de Zoraida J. Valcárcel Alvin y Heidi Toffler son autores de La tercera ola, El choque del futuro y Cambio de poder, entre otras obras. Su consultora estratégica asesora a empresas y gobiernos. |
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hacheaefe a las 23:27 · Sin comentarios
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Héctor Alberto Faga
Escritor, poeta, novelista
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