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La memoria humana de la empresa |
02 de Marzo, 2010
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López Alonso, Gerardo |
Hace algún tiempo, el presidente de Brach Corp. (una de las 500 empresas que más venden, según el ranking de Fortune), hacía esta reflexión: "Hay algo que está ocurriendo y que yo llamo la pérdida de sabiduría acumulada". En la actualidad, las empresas norteamericanas están muy ocupadas descartando a sus viejos empleados, con 20 o 30 años de servicios. Pero, ¿qué sucede cuando termina este reordenamiento del personal y se vuelve a los negocios? Entonces, el diálogo puede ser algo así como: "-Bien, ¿cómo hacíamos esto antes? -No sé, Harry se ocupaba cuando era gerente de control de stocks. -Bueno, ¿dónde diablos está Harry? -Es uno de los que dejamos ir con el último programa de retiros-. Estas cosas afectan a cualquier negocio y la sabiduría que se pierde actualmente, en el futuro va a dañar a nuestras empresas". Hasta aquí la cita de Peter H. Rogers, titular de la firma Brach. Lo que él llama "sabiduría acumulada" es, ciertamente, un problema universal que también se verifica en la Argentina y que, con otras palabras, un ejecutivo local llama "la memoria humana de la empresa". Con el transcurso de la evolución, la especie humana comenzó desarrollando un cerebro formidable y concentrando en él enormes cantidades de información. Muchas veces ni nos damos cuenta: a cada instante estamos realizando prodigiosas transmutaciones químicas, cuyas instrucciones están archivadas en el cerebro. Aparte de eso, llenamos una parte considerable con lo que aprendemos, lo que leemos, lo que ingresa por radio, por TV, por lo que nos dicen otras personas. Pero no es suficiente y tuvimos que inventar formas de acumular bits de información fuera del cerebro: en manuscritos, libros, carpetas, informes; en bibliotecas, en suma. Cuando descubrimos que eso tampoco bastaba, inventamos la computadora, es decir, combinamos lógica, mecánica, circuitos eléctricos y semiconductores para lograr una manera más eficiente de acumular y procesar información. Nadie duda hoy de que en una empresa razonablemente administrada hay abundante información disponible y de fácil acceso. La cuestión es otra: la capacidad asociativa es, hasta hoy, una cualidad esencialmente humana, y al mismo tiempo un área en la que la informática todavía no avanzó lo suficiente, al menos los equipos corrientes disponibles en el mercado. Esto explica por qué seguimos necesitando a Harry. Dicho de otro modo, seguimos necesitando esa memoria humana de la empresa. Una hora de charla con Harry aporta mucho más que la lectura de una docena de informes o muchas horas buscando datos en una computadora... suponiendo que sepamos exactamente cómo llegar a la información que nos hace falta y que sabemos que está ahí, en alguna parte. Final con sugerencia: ¿por qué no asumir y sistematizar a los muchos Harrys disponibles en las empresas y casi siempre mal aprovechados? Hay una suerte de memoria colectiva de la empresa íntimamente relacionada, además, con sus valores, con su cultura. Y esa memoria colectiva sólo sirve en la medida en que está instalada y funcionando en las neuronas de quienes trabajan en una organización. No sirve si sólo está en libros que no se leen o en computadoras que juntan millones de datos que nadie consulta. Esa memoria colectiva debe, necesariamente, ser trasvasada de los Harrys con experiencia a los más nuevos, que aportan energía, ganas de hacer cosas, capacidad innovadora. Pero ese trasvasamiento no debería suceder en forma casual sino como "funciones metabólicas" naturales dentro de la organización. Tal cual lo dice Rogers, el que no lo haga, corre el riesgo de perder.
Este artículo fue publicado en la revista Mercado N° 898 de Agosto de 1992. |
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hacheaefe a las 15:14 · Sin comentarios
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Héctor Alberto Faga
Escritor, poeta, novelista
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